Miremos al pasado para conectar con nuestros bares

Azzurro
Il pomeriggio è troppo azzurro
E lungo per me (…)
Il treno dei desideri
Nei miei pensieri all’incontrario va.
Así suena una popular canción italiana, de la cual se conoce hasta una versión de Jaime Urrutia* que la resuelve en clave de desamor rockero. La letra original, en cambio, va de ciertas tardes estivales, tardes largas, tardes tórridas y ociosas, en las que pillarías cualquier tren de largo recorrido para reunirte con aquella posibilidad de evasión. Una tocata y fuga de la ciudad en toda regla.
El rumbo de esta locomotora imaginaria es mas bien hacia una época concreta, un lugar preciso en el pasado, que asociamos a lo jovial; instantes alegres que no hay manera de volver a encontrar en esa urbe vacía de la que todos están huyendo. Tiempos de quehaceres en compañía, de diversión despreocupada, en un sitio “de todos” (sería en mi caso y en el caso de más de uno por aquí), que hoy por hoy suenan bastante lejanos.
Es éste el “tren de los deseos”, al cual se refiere la canción. Lástima que su tractora vaya irremediablemente en dirección contraria a la realidad. Y si no, que me presenten a aquel que haya logrado reinventar el tiempo.
Por eso, en las letras, las tardes se tornan demasiado “azules”. O sea “blues”, con el toque explícitamente melancólico, nostálgico, que se aprecia mejor en la expresión inglesa. Azules son también ciertas noches desde hace un tiempo, en las cuales ya no puedes meterte en ningún lado. No es que la locomotora arrastre los vagones del tren a otro sitio, es que la estación está cerrada. O no hay paradas intermedias. Me refiero, en lo que nos concierne, a las rutas baretiles nocturnas. Los bares son estos puntos en el mapa que marcan el sentido de un itinerario y su dilatarse en el tiempo. De noche son como nuestras farolas (mi madre siempre me ha recomendado de ir por calles iluminadas).
Ya de vuelta a la rutina, en este fin del verano, con todos regresando a la ciudad, después de la escapadita al terruño (ahora llamamos “turismo rural”, a lo que toda la vida fue bajar al pueblo), debemos reivindicar la normalidad espacial del tejido urbano. La función que los bares, los restaurantes, los pubs y demás alternes, tienen como dinamizadores sociales, tejen la rutina positiva de una ciudadanía activa, rica en opciones de encuentro o de evasiones reconfortantes.
Cierto es que el pasado no puede, ni debe, competir con el presente; lo que tenemos encima ahora como sector es la posibilidad de pasar página a las restricciones caprichosas y a castigos que nos capan. El sector pretende -y a todos nos consta- ayudar con medidas radicales, si es necesario, a la garantía del no contagio. La restauración saludable, los bares como espacio de convivencia responsable, son los que deben marcar el ritmo del nuevo calendario.
Volviendo a nuestras calurosas noches urbanas, los bares tienen el poder de desteñir noches azules, en cuanto permiten interrumpir y reiniciar varias veces el recorrido desde muchos puntos de partida, hasta encontrar el que más nos convenga de vuelta a casa. De momento el itinerario está blindado, hay poco margen de perdida…démonos prisa por coger la última vagoneta.
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Para quienes esperan en el andén, quedará siempre un imaginario tren de los deseos. Pero quienes tengan una cierta memoria almacenada capaz de conectar con el presente serán los maquinistas.
¡Buenos y largos bares!
* Gracias D. por el hallazgo.