Por Federica Marzioni, antropóloga | El 28 de abril de 2025, España vivió una escena que durante unos minutos parecía sacada de una distopía cotidiana: un apagón eléctrico paralizó buena parte del país. Las ciudades se quedaron a oscuras, se cayeron las redes eléctricas, las pantallas se apagaron, los móviles se convirtieron en aparatos inútiles. Todo ese mundo hecho de notificaciones constantes, desapareció de un plumazo.
El marcador se ponía a cero, la baraja se rompía. Un stand by universal, liberatorio en cuanto colectivo porque toda suspensión significa libertad. La amenaza del caos delirante se resolvió en prueba de autogestión, en un atisbo de anarquía que es precisamente ausencia de caos y oportunidad de autorregulación sin control externo.
Frente a la caída de energía eléctrica se experimentaba un subidón de energía humana
Mientras las oficinas se convertían en cápsulas mudas y los edificios en bloques de silencio digital, muchos bares decidieron permanecer abiertos a la vieja usanza: sin música ambiental, sin datáfonos, sin WiFi. A cambio, ofrecieron las cervezas frías que quedaban, guitarras improvisadas, partidas de cartas; callaron los televisores y volvieron la radio y las conversaciones. Antropológicamente, lo que ocurrió fue una breve regresión a una forma de sociabilidad primigenia. El bar se convirtió en una ágora moderna, un fuego comunal en torno al cual tejer historias, rumores, risas y pequeñas tragedias. Al parecer, cuando se eclipsan los intermediarios digitales brotan improvisaciones solidarias. Tomen nota para la próxima. Y si se olvidan algún día el móvil en casa ya saben a que se deberá este lapsus.
Más allá de las anécdotas que cada cual aguardará de aquel día, emerge una escena coral reveladora. El bar volvió a ser lo que el sociólogo Georg Simmel llamaba un espacio de “sociabilidad pura” y sin interferencias: un lugar donde las personas se encuentran para apegarse los unos a los otros y permanecer juntos. Díganle por placer o utilidad.
En palabras de Mary Douglas, fue un “convivio”: ese acto cultural por el cual compartir comida o bebida restituye referencias sociales, refuerza los lazos y nos recuerda que somos parte de algo no obstante nos digan que estemos aislados del resto del mundo.
El bar, aquel día, no fue un negocio. Fue una plaza, un hogar, un refugio simbólico: volvían la oralidad, el cara a cara, el vínculo tangible entre personas absueltas de cualquier obligación productiva, exoneradas de responsabilidades sobre lo que no se puede controlar.
No es casual que tantos buscáramos allí un cobijo o apenas un poco de compañía, con unas noticias fugaces de fondo. Porque el bar es un espacio de transformación que convierte lo ajeno en cercano, el caos en comunidad. Es el lugar donde la vida se mastica, se digiere, se negocia o se celebra. Todavía más cuando parece ponerse en peligro.
Como el fuego de Prometeo, el bar devuelve a los humanos la chispa de la seguridad de la vida que sigue. Y eso no se puede automatizar.
Hubo en ciertos lugares -que todavía merecen el título de BAR -una coreografía espontánea de resistencia cultural. Una reivindicación de lo humano frente al algoritmo. Porque cuando todo se apaga, lo que queda no es el silencio: es la voz. Lo que queda no es la pantalla: es la mirada. Y lo que perdura, al final, no es la red sino la relación, que no depende de los voltios sino de las voluntades. Que viva el viejo cableado humano que va de mesa en mesa y de historia en historia.
El próximo black-out que les pille a algunos confesados y a otros que nos pille cerca de un bar.
(*) Nota de la redacción: El apagón eléctrico que afectó a España el 28 de abril de 2025 tuvo consecuencias significativas tanto económicas como humanas. Según estimaciones de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), las pérdidas económicas ascienden a aproximadamente 1.600 millones de euros, lo que representa cerca del 0,1% del Producto Interior Bruto nacional . En términos humanos, se registraron al menos ocho fallecimientos relacionados con el apagón, incluyendo casos de intoxicación por monóxido de carbono debido al uso de generadores en condiciones inseguras y un incendio doméstico en Madrid . Este evento subraya la vulnerabilidad de las infraestructuras críticas y la necesidad de fortalecer la resiliencia del sistema eléctrico nacional.