Hay lugares que apetecen, incluso solo por las imágenes que suben los comensales en sus redes sociales. Y no precisamente de sus platos, que también, sino del entorno. Porque, ¿acaso existe algo más sugerente que disfrutar de un buen bocado o de un momento de reunión especial en un entorno privilegiado?
Eso es lo que ocurre con todas esas propuestas que salpican nuestra geografía. Proyectos de rehabilitación de espacios en decadencia, ruinosos o abandonados que viven una segunda oportunidad de la mano de alternativas gastronómicas, de ocio y hosteleras.
Hoy en día es posible celebrar una boda en el claustro de un monasterio jerónimo como el de San Bartolomé, en Lupiana (Guadalajara), declarado Monumento Nacional en 1931. También, disfrutar de una grata estancia en un alcázar árabe del siglo XIV como el Parador de Carmona, a media hora de Sevilla; cenar bajo la bóveda del siglo XVI de una iglesia barroca en la ciudad de Madrid, en el Caluana Restaurante, o disfrutar de un aperitivo con vistas al mar en un antiguo cuartel de la Guardia Civil, en Chiclana, Cádiz, de la mano de El Cuartel del Mar a cargo del chef Manuel Braganza. Incluso podemos disfrutar de una nueva apuesta de ocio urbano y gastronomía en una antigua nave industrial, gracias a Tramo. Hoy en día, todo esto es posible.
Lo es porque esa iniciativa que comenzó no hace tanto, de rehabilitar espacios urbanos y rurales degradados con el fin de sacarles del ostracismo, se ha vuelto tendencia. Crear espacios singulares de restauración es una apuesta de éxito.

El patrimonio como reclamo
Rehabilitar el patrimonio arquitectónico, pero también recuperar el escaso patrimonio industrial urbano que hemos dejado a nuestro paso en favor de boom inmobiliario, se ha convertido en un objetivo que, además, conlleva el desarrollo de nuevos proyectos empresariales, muchos de ellos transgresores, que por su sola presencia y reclamo dinamizan zonas olvidadas o degradadas en las ciudades o entornos rurales.
Y al consumidor, más ávido de experiencias singulares que nunca, le entusiasma la idea de disfrutar y fotografiarse en un escenario como ese. Por su exclusividad, por la calidad asociada, por la necesidad de descubrimiento y nuevas vivencias…
En una época donde las imágenes son el reclamo más potente, el atractivo de estas edificaciones singulares suponen un plus para las marcas restauradoras o alojamientos que apuestan por ellas. Como ocurre con las azoteas y los patios y jardines, un edificio histórico puede hacer más por la cuenta de resultados de un restaurante que el propio menú diseñado por el equipo de cocina. Al menos, en una primera fase, esa en la que se trata de atraer a los comensales. Después, como se sabe, la calidad del servicio y en mesa puede sobre todo lo demás.