Las locas aventuras de Paco por los bares de Spain: segunda parte

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Después de El dilema de los vinos en Pociño

Esta vez, Paco se nos va de paseo por Barcelona, la ciudad condal: reclamo indiscutible de turistas, epicentro de la escena business y meca de la gastronomía mediterránea, donde conviven restaurantes de altísimo nivel e incontables estrellas Michelin, con otros de… digamos… reputación algo más dudosa.

Paco pasea con su sobrina que estudia en Barcelona. Barrio: ciutat vella. Zona efervescente, llena de trampas «atrapaturistas» y otros peligros. La chica consigue disuadirlo de acabar en una terraza de Les Rambles, se adentran paseandito por el Raval y allí se dejan tentar por un menú anunciado fuera de un bar de buen aspecto. Sitio en cuestión: «El rincón de Valencia«. Pues nuestro Paco, de excelente humor e impregnado del aire mediterráneo, decide que lo que toca es una buena PAELLA, sí señor.

El gancho que llama la atención son fotos de los platos, cosa irresistible para alguien como Paco que «come con los ojos». Además, una pizarra en la acera anuncia con estridencia la oferta de la semana: «Por inauguración: bebida gratis». Suena fenomenal.

Por si todo esto no fuera suficiente para promocionar el local, en la entrada hay una persona ofreciendo el menú: un auténtico valenciano de toda la vida, hablando las maravillas de la paella, con un arte y un apego a su tierra que da gusto. Con amplia sonrisa y gran simpatía seduce a locales y turistas, incluso arreglándoselas para chapurrear un inglés «elementary» que no deja indiferente a nadie que pulule por allí.

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Sorpresa, sorpresa.

La persona que los recibe para acomodarlos es un joven chino. Paco es de mentalidad abierta -al menos eso diría él- y le parece muy positivo que su amada tierra se abra generosa y acoja como sus hijos a todas las razas. Pero antes de que pudiera hacer un comentario sobre lo bien que veía que unos restauradores valencianos contrataran inmigrantes, ve salir al cocinero: bañado en grasa, lleno de manchas de pies a cabeza, y encima cabreado. Pero eso no es lo decepcionante del asunto, sino el hecho de que también es chino. Aparentemente hay problemas en la cocina, falta algo. El encargado del local es convocado a la brevedad a la zona de detrás de la barra. Y ¡oh! resulta que también es chino.

Momento de la comanda

Aparece el camarero, y sí, sí sí, también es chino. Uno que apenas habla correctamente el español, y les ofrece una copia del menú, cosa que Paco, con un ademán solemne, rechaza puesto que ya sabía lo que quería.

«Paela, no paela, paela telminado»

Sólo Ramsés segundo, al momento de escuchar que las reservas de grano se habían agotado, podría entender la decepción que Paco sintió en aquel desafortunado momento.

«Pero vamos a ver, hacer una paella tampoco en tanta ciencia, y más si la queremos de verduras, un arroz se hace en 18 minutos, nos pones una ensalada de mientras y la bebida gratis y  ¡arreando!»

«Señol, si cocinelo decil que no paela, no paela, telminado».

De muy mala gana, y con una expresión de enfado imposible de disimular, Paco cambia de tema.

«Bueno a ver, explícame cómo es eso de que dais la bebida gratis»

«Sí, lo que señol y señolita quiela tomal, no cobla, bebida inaugulación, glatis»

«Pues muy bien, tráeme dos cervezas -una sin alcohol- y dame el menú que mientras elegiremos algo, a ver…»

Con el enfado, Paco quiere sacar su lado más animal, y dejarse llevar por la violencia, olvidándose del colestrerol y cediendo despreocupadamente ante una foto de un plato combinado con 2 hamburguesas, un huevo frito enorme y 22 bastones de patatas fritas. Su sobrina se decide rápidamente por una pizza vegetariana.

Ordenan, los ánimos se van calmando, cambio de tema, y para cuando las primeras bebidas casi se están acabando… llega la comida.

Primera reclamación

«Un momento: esto no es lo que yo he pedido. La foto del menú tiene dos hamburguesas, y en este plato hay sólo una».

Efectivamente, así era. Con lo cual no hay más remedio que regresar a la cocina con el plato para que sea inmediatamente rectificado, cosa que puso a un cocinero ya cabreado, de pésimo humor.

La pizza vegetariana está pasable, teniendo en cuenta la serie de decepciones -Paco ya se acercaba a sus límites de aceptación y aguante-. Pero bueno, pensó la muchacha que conocía bien a su tío, «nada que otro par de cervecitas y una buena porción de mi pizza no puedan arreglar», ya que las bebidas eran gratis, y la pizza tan generosa como ella…

Siguiente acto: Vuelve el camarero con el plato con dos hamburguesas.

«Oye, márchame otra pizza porque con lo que has tardado me he comido la mitad de la de mi sobrina y la pobre se va a quedar con hambre, ella sólo come en plan herbívoro y con lo que nos queda de Barcelona por ver necesitará energía la criatura, ¿no?»

El camarero no comprende más que las palabras «otra» y «pizza» del discurso de Paco. Aparentemente inmune a su carácter, marcha tan tranquilo hacia la cocina a pasar la comanda de la segunda pizza.

Segunda ronda de cervecitas, y aun así nuestro Paco no conseguía calmarse, sus deseos en este establecimiento, no estaban siendo satisfechos. Y el hecho de que el tema de la comunicación no estuviera fluyendo le incomodaba aún más, no porque el camarero no comprendiera sus demandas, sino porque era inmune a las quejas, no surtían en él efecto alguno.

La chica, en un intento de calmar los ánimos, trata de desviar la conversación. Paco no le presta atención. En sus adentros intenta urdir una estrategia para sacudir a esta gente, pero era inútil. Se acaban tanto lo que queda de pizza como las cervezas y las dos hamburguesas con su guarnición extra greasy. Cansado de esperar que llegara la segunda (25 minutos son más que suficientes y la chica comprendía la urgencia de sacar a su tío de allí cuanto antes) deciden rechazarla, y también el postre, pasando directamente a los cafés, y…

Junto con la factura llegan los problemas

Paco no está contento y cuando Paco no está contento, ni con un descuento en la factura lo vamos a arreglar… Pero el grupo de flamantes hosteleros chinos, lejos de tener ese detalle con él, le acercan una cuenta que casi dobla el importe de dos menús. Paco saca con un movimiento solemne sus minúsculas gafas de ver de cerca y… Los chinos habían añadido al precio del menú: cuatro cervezas, una hamburguesa extra, una pizza extra, una cesta de pan que nunca trajeron, el cubierto y el plus de terraza a pesar de que estaban sentados dentro.

Y se abrieron los abismos del infierno

A pesar de que sus pobladas cejas hacían movimientos extraños como si tuvieran vida propia, Paco con su temple tranquilo y sus movimientos calculados, llama al camarero -el mismo con el que era prácticamente imposible comunicarse- y pide directamente ver al encargado. Con el encargado -por supuesto chino- delante, Paco exige explicaciones de la cuenta enumerando los «errores».

El episodio de la foto con dos hamburguesas vuelve a repetirse, la cuenta de la segunda pizza que nunca llegó es seguidamente reclamada, y los pluses de la factura todos ellos rechazados.

Y además estaba el tema de la «bebida gratis»:

«Pero si el camarero dijo ´lo que quiela usted tomal´, ¿o no?»

«Si, plimela bebida glatis, a partil de la segunda, bebida pagal».

«Eso has de aclararlo antes o explicarlo bien en la oferta criatura. Si no qué pasa, que estaríamos aquí ¿¿engañando a la gente??»

«Pizza oldenada, sino quelel, podel lleval».

La pobre sobrinilla, deseando que se la tragara la tierra, más roja que un tomate cherry, se ofreció a pagar ella misma la cuenta con tal de desaparecer de allí, y rápido.

Demasiado tarde, Paco había sido gravemente herido en su Iberian pecho, víctima de lo que ya podía calificarse como un atropello chino, -imperdonable para él, la ruin estrategia de hacerse pasar por valencianos- y no se iría de allí sin gritarlo a los cuatro vientos.

Los chinos, agobiados a pesar de no entender una palabra, deciden devolverle la diferencia de lo reclamado, pero Paco, ya ofuscado, no aceptaría. Era ya una cuestión de orgullo patrio, de soberanía, de identidad, no servía de nada la compensación económica.

En ese momento aparece el cocinero con la segunda pizza, toda puestita tan mona «para llevar», cosa que hace «click» en Paco, añadiéndole justito lo que le faltaba para perder los nervios y decidir, sin más preámbulos, llamar a la policía.

Acojonados, lo que era ya era una horda de chinos arremolinados en la sala de ese restaurante (como los gritos llegaban hasta el bazar de la esquina, un segundo grupo de chinos se había acercado a ver qué estaba pasando), pedían -sin mucho éxito- que por favor que se calmara.

Fin de la historia.

Minutos más tarde, Paco y su sobrina salían del establecimiento sin pagar nada de lo que habían consumido, y además con dos pizzas para llevar, una botella de cava, y el ramo de flores de plástico que adornaba la entrada, ya que Paco consideró que tal objeto quedaría bastante «chic» en casa de su sobrina.

Decidido: la próxima vez que Paco quiera paella, usará su mapa gastronómico del suelo español que lleva en el corazón, para irse ¡directo hasta la propia VALENCIA! Aunque entonces, mucho nos tememos que estará solo (su sobrina se ha mudado a algún lugar de Alemania, oculta en una especie de comunidad crudívoro-vegana y no se ha vuelto a saber nada de ella…)

Hasta la próxima, amigos ¡con más aventuras de Paco por los bares de Spain!

Nano Marchione.

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