La chef y pianista asturiana Lara Roguez, creadora de Abarike, ha sido reconocida por Barra de Ideas como Idea del Año 2025 en la Gala Horeca Sapiens. Pero más allá del premio, su historia es una lección sobre pasión, arte y liderazgo humano en la cocina.
“La cocina siempre me ha parecido un escenario”, confiesa Lara Roguez con la serenidad de quien lleva años interpretando su oficio como una forma de expresión artística. Pianista antes que chef, ha sabido trasladar la sensibilidad musical a su manera de cocinar: “Desde que empecé a trabajar en cocina siempre he estado en cocinas abiertas. Ese baile que viene a ser el servicio, estar abierto, la gente te está viendo… al final yo creo que es un espectáculo en cierta forma”.
Ese paralelismo entre música y gastronomía es algo más que una metáfora para ella: es una forma de vivir la creatividad. “Siempre he equiparado la cocina a arte. Es una forma de arte y lo siento igual que cuando estoy interpretando una pieza en el piano”. En cada plato de Abarike —su proyecto nacido en Gijón— late esa dualidad entre precisión técnica y emoción, entre partitura y sabor.
La pasión como brújula profesional
Su historia no comenzó en los fogones. “Yo estudié Ingeniería Industrial y hice otras cosas que no tenían absolutamente nada que ver”, recuerda entre risas. Pero la llamada de la cocina fue más fuerte: “Un día lo dejé todo y me fui a una cocina porque era lo que quería hacer, a lo que me quería dedicar”.
Ese salto al vacío, movido por la pasión, se convirtió en el primer acto de valentía de una carrera que hoy inspira a muchos hosteleros. “Tener esa vocación, tener esas ganas de estar viendo a los comensales cómo disfrutan con algo que has creado… es algo que hace falta para dar ese pasito con la gastronomía y hacer algo diferente o único”.
Y lo cierto es que Abarike ha conseguido ser precisamente eso: un espacio diferente, donde la sostenibilidad se entiende como compromiso con el entorno, y la creatividad se alimenta del trabajo en equipo y del respeto por las personas.
La ilusión: las nota que nunca falta
Uno de los aspectos más admirados de su proyecto es la estabilidad de su equipo. “La verdad es que el equipo que tengo ahora mismo viene ya conmigo del anterior proyecto y llevamos todos muchos años trabajando juntos”, explica Roguez. “Hay gente con la que llevo 10 años, otros 7. Al final se basa un poco en la confianza y en entendernos todos”.
En un sector marcado por la alta rotación, su receta es clara: liderazgo participativo. “No se trata de decir ‘haces esto porque yo quiero’. A la gente hay que hacerla partícipe del proyecto, hay que buscar que tengan la misma ilusión que tú”, subraya. Esa forma de dirigir, horizontal y empática, ha creado un entorno de trabajo donde las personas se sienten parte de algo más grande que un restaurante.
“Cuando llega gente que no comparte tu visión o no tiene esa ilusión, es cuando empieza el problema de la rotación”, advierte. Su experiencia confirma que el talento se retiene cuando existe propósito, comunicación y coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
¿Qué notas no pueden faltar en la partitura de una experiencia gastronómica memorable? Roguez responde sin dudar: “La pasión, básicamente. La pasión y la confianza por lo que estás haciendo y por tu equipo. Son cosas imprescindibles”.
Quizás ahí esté el secreto de Abarike: su capacidad para transformar valores humanos en sabores tangibles. Su cocina no busca deslumbrar, sino emocionar. Es el reflejo de una manera de entender la gastronomía como arte colectivo, donde cada persona del equipo aporta su propio compás.
Una idea con alma
El jurado de Barra de Ideas lo tuvo claro al incluir Abarike en el ranking Horeca Sapiens y reconocerlo como Idea del Año 2025. Pero detrás del premio hay algo más profundo: una forma de hacer las cosas que equilibra sostenibilidad, gestión humana y autenticidad.
En tiempos en los que la hostelería busca nuevos modelos de liderazgo, la historia de Lara Roguez recuerda que no hay innovación sin emoción, ni excelencia sin equipo. Desde su cocina del Cantábrico, sigue demostrando que la gastronomía puede sonar —y sentirse— como una sinfonía bien tocada.
Y que, efectivamente, la cocina, cuando se hace con alma, “siempre será un escenario”.






