El pasado 28 de abril, tener un grupo electrógeno era, en España, tener un tesoro. Quienes contaban con independencia energética al margen de la red nacional aguantaron estoicamente el envite del último de los eventos apocalípticos, que parecen sucederse sin tregua desde la pandemia sanitaria, para disgusto del sector.
El suceso del pasado lunes puso de relieve varios hechos que hoy recogemos aquí como enseñanzas que no deberían perder de vista quienes tejen el sector de la restauración:
1. Lo analógico como kit de supervivencia
Linternas, frontales, un transistor a pilas, sistemas alternativos de refrigeración… En calles como las de Madrid, encontrábamos grupos de personas que se arremolinaban en el interior o a la entrada de aquellos establecimientos que podían poner la radio. Y el set paellero de gas butano le salvó la cena a más de una persona, así como los camping gas o los grupos electrógenos que asistían a neveras, arcones, etc.
2. Diseñar un protocolo de emergencia, con un plan B, al menos para resistir una jornada entera
El lunes por la tarde, especialmente en aquellas ciudades donde brillaba el sol y la temperatura pasaba de los 20 grados, las terrazas estaban a rebosar. Los botellines (aún fríos) y las tapas que no necesitan cocinado se hacían con las mesas: aceitunas y demás encurtidos, toda suerte de frutos secos, empanadas, embutidos, viandas enlatadas… Los bares que pudieron ofrecer tales menesteres a la ciudadanía cerraron la tarde con un éxito rotundo de afluencia. Algunos, de hecho, fiaron a su clientela habitual simplemente para no tener que tirar a la basura la comida ya preparada para el medio día o la tarde. Tener un protocolo interno de emergencia (gestión de caja manual, menú reducido sin cocina, iluminación de emergencia) también ayuda a mantener el negocio operativo durante varias horas sin red eléctrica.
3. Sumarse a sistemas alternativos de abastecimiento
Hay quienes han alzado la voz en los días posteriores al apagón para reclamar el desarrollo de redes locales o sistemas vecinales que puedan operar de manera independiente. El objetivo es ganar cierta independencia respecto a la red general, muy centralizada. Lo cierto es que no siempre es posible, pues este tipo de alternativas está aún en pañales, pero es conveniente informarse sobre la posibilidad de adherirse a alguna iniciativa cercana o emprender una con los comercios y vecinos de la zona a modo de cooperativa energética abastecida, por ejemplo, por paneles solares colocados en los tejados o en las cubiertas de naves industriales o logísticas de la zona, etc, independientes -no conectados- a la red eléctrica general.
Este tipo de medidas no suponen una solución cuando no se puede pagar con móvil o tarjeta de crédito, especialmente si la falta de suministro eléctrico se alarga en el tiempo, pero sí puede servir de apoyo durante varias horas y ganar así tiempo y dinero.
Algunas alternativas podrían ser contar con generadores eléctricos autónomos (diésel, gas o híbridos), que permiten mantener en funcionamiento cámaras frigoríficas, TPVs o iluminación básica; también existen baterías portátiles de litio de alta capacidad que pueden alimentar temporalmente pequeños equipos críticos. Además, cada vez más locales apuestan por instalaciones solares fotovoltaicas con acumuladores que les proporcionan autonomía energética parcial o total, especialmente si ya operan en zonas con buena exposición solar. En paralelo, contratar un suministro eléctrico con cláusula de garantía de servicio o respaldo técnico prioritario con la comercializadora puede ser clave para recibir soporte rápido.
De hecho, aún no se ha estimado la cifra de pérdida global en el sector, pero se apunta a un coste de miles de millones de euros que afecta especialmente a los sectores de la industria y servicios.





